La obra maestra de David Fincher apareció en el año de 1995
sin levantar ninguna expectativa, con un presupuesto pequeño para Hollywood, un
cast todavía en crecimiento y una temática que la alejaban por completo del
permanente sueño fílmico de reventar la taquilla. Hoy, más de 20 años después
sabemos que contra todo pronóstico, esta pequeña producción no solo fue un
éxito comercial sino también de crítica con una legión de fanáticos que la han
posicionado, muy merecidamente, como película de culto.
En Se7en, los detectives Mills y Somerset deben detener a un
asesino que comete sus crímenes basado en los 7 pecados capitales de la biblia:
lujuria, pereza, gula, ira, envidia, avaricia y orgullo. Conforme avanza la
trama salen a flote las motivaciones, los sueños, las esperanzas, el pasado y
los mismos pecados que han cometido los detectives, testimonios de la
personalidad que tienen ahora: un iracundo aunque optimista Mills y un sereno
aunque pesimista Somerset.
Se podría decir que en realidad solo hay una trinidad de
protagonistas formada por los detectives y el asesino, sin embargo queda un
cuarto integrante invisible todavía más malo que el mismo Jon Doe: la ciudad.
Se7en transcurre en una urbe sin nombre en la que jamás para de llover, donde
las calles siempre están con trancones, donde los andenes están abarrotados de
vendedores ambulantes e indigentes, donde una ingente cantidad de personas de
ropas negras y desgastadas cruzan de un lado a otro con misteriosos destinos,
donde cada callejón encierra comercios de mala muerte, una ciudad que se traga
la alegría de las personas sumiéndolas en la suicida depresión o la cínica
melancolía, que mata por dentro las expectativas y ahoga la ansias de vivir.
Cada toma que Fincher realiza con esa lente sumamente
oscura, casi que cargada de maldad, es oro puro pues revelan sutilmente que el
verdadero enemigo a vencer no es un hombre, es algo más grande y retorcido que
los rodea, pero, ¿de dónde viene ese enemigo?
La charla entre Mills y Somerset en el bar responde esa
pregunta. Se7en está narrada desde la perspectiva del personaje de Freeman, un
hombre que ha vivido más de lo que se puede contar llevándolo a situaciones con
elecciones desgarradoras, es la visión del mundo de un hombre que lo entiende
pero que no tiene ninguna visión para el mismo, tan solo vive el día a día como
cualquier otro. El mismo, por su falta de motivación decidió ser partícipe de
la degradación del mundo.
En la película reina el silencio con varios monólogos e
interlocuciones entre distintos personajes, pero no se pasa de la raya de lo
ridículo o lo pretencioso como ocurre con Tarantino, aquí se toman frases
breves brillantemente escritas que son lanzadas suavemente con toda naturalidad
entre cualquier oportunidad que haya para intercambiar ideas, consiguiendo un
devastador efecto al no vérseles venir y que hacen pensar por largo rato.
La música es muy esporádica aunque cuando suena, suena bien.
Un perfecto ejemplo es la escena de la biblioteca. Somerset viene de hablar con
Mills, ver un cuerpo, soportar por largo rato la lluvia y encerrarse en un
maloliente taxi de opresiva atmósfera, para meterse en la biblioteca que,
irónicamente, es totalmente desaprovechada por quienes quizá sean sus únicos
visitantes: los guardias. En cuanto empieza a investigar sobre los pecados
capitales suena la Suite N°3 de Bach y entonces empatizamos con Somerset. Los
libros, el conocimiento abandonado, los tranquilos pasillos solitarios bañados
de una tenue luz amarilla representan el único escape del detective ante la
inevitable autodestrucción del mundo, un santuario reservado solo para aquellos
con la capacidad disfrutar de páginas escritas por poetas muertos iguales a él.
Aunque existe un último elemento por el que Se7en se ganó el
apreció de todos y que desde entonces, producciones similares intentaron
inútilmente copiar (con excepción de “El silencio de los inocentes”): la
sorpresa. Algunos tal vez lo vean como el talón de Aquiles, pero lo cierto es
que cada giro que toma la trama es un espectáculo digno de verse. En cada una
de estas sorpresas, Fincher nuevamente vuelve a lucirse como director manejando
estilos totalmente diferentes.
En una escena hay una salvaje persecución en una torre de
apartamentos, donde la mezcla entre la cámara en mano y las tomas fijas del
delincuente siempre al fondo o en el límite de la lente, consiguen envolverlo
en un halo de misterio casi irreal como si se trata de algo no humano. En otra
los detectives realizan un interrogatorio a dos tipos de víctimas, la directa
que vio el crimen y la indirecta que solo presto el lugar. Los cambios de
protagonista, el cómo cada uno maneja a su detenido, las palabras que
intercambian y la sutil descripción del macabro hallazgo generan más tensión
que muchas otras películas. Y finalmente, como si se pudiera dejarlo por fuera,
el final.
Si se hiciera un Top 10 de los finales más impactantes del
cine, Se7en siempre ocupara un lugar. La
carretera sin fin, el desierto metafórico, la tensión durante el viaje, la
enigmática sorpresa del asesino y finalmente, la reacción de los tres
protagonistas con la última revelación, un momento incomparable en la que cada
actor saca a lucir sus dotes haciendo esa escena de pesadilla una muy vivida
experiencia para el espectador.
Luego de tan intensa secuencia, solo queda un atardecer
donde las mudas sirenas junto a la por fin liberación de la incesante lluvia les
regalan a nuestros protagonistas, un nuevo mañana.
Se7en es una obra maestra del cine que todo amante del
séptimo arte o del género policiaco debe ver. Es un éxito nacido de un largo
trayecto de preparación que comenzó con el guión de Andrew Kevin Walker quién
lo escribió durante sus estadía en la icónica Nueva York, de la elección del
método bleach bypass para la fotografía, del talentoso cast y la dirección de David Fincher,
todo para traer al mundo una cinta de la que poco se habla pero cuya influencia
sigue más que vigente.
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